Aquel niño era Osel Hita, un bebé nacido en el seno de una pareja de hippies españoles, Francisco Hita y María Torres, quienes habían dejado atrás su vida en Ibiza para entregarse al budismo en las montañas de La Alpujarra. La historia de Osel comenzó antes de su nacimiento, con la muerte de Lama Yeshe en 1984. Este carismático monje tibetano, conocido por su estilo de enseñanza poco convencional y su capacidad para conectar con el mundo occidental, había dejado una huella imborrable en sus seguidores. Su principal discípulo, Lama Zopa, había tenido visiones que indicaban el regreso de Yeshe al mundo en un cuerpo occidental. Cuando Zopa conoció al pequeño Osel, supo de inmediato que el espíritu de su maestro había renacido en aquel niño español. A los 18 meses, Osel fue llevado a la India para someterse a pruebas espirituales que confirmarían su identidad como la reencarnación de Lama Yeshe. El niño seleccionaba con precisión objetos pertenecientes al difunto lama y reconocía personas y lugares que jamás había visto. La comunidad budista, convencida de su divinidad, lo llevó a recorrer los centros espirituales fundados por Yeshe alrededor del mundo. Sin embargo, detrás de la imagen idílica del niño lama, se ocultaba una historia de soledad y presión insostenible. A los seis años, Osel fue internado en el monasterio de Sera Jey, en el sur de India, donde comenzó una intensa formación religiosa. Pero mientras los monjes se aseguraban de que cumpliera con su destino sagrado, Osel luchaba con el aislamiento y la falta de conexión emocional. «Me consideraba un huérfano», confesó años después, rememorando el dolor de una infancia en la que no pudo ser un niño normal. La presión de ser la reencarnación de un gran maestro le pesaba enormemente. Sus cuidadores lo mantenían apartado de otros...
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