Mientras algunos aplauden la medida como un necesario esfuerzo para controlar una plataforma acusada de facilitar actividades ilegales, otros ven en este arresto un preocupante intento de los gobiernos occidentales por socavar la libertad digital y controlar el flujo de información en la era moderna. Dúrov, un empresario ruso conocido por su firme postura a favor de la privacidad y la libertad de expresión, fue arrestado el pasado sábado al aterrizar en el aeropuerto de Le Bourget, cerca de París. La Gendarmería de Transporte Aéreo ejecutó la detención basándose en una orden emitida por la justicia francesa, que acusa a Telegram de ser una herramienta potencial para la comisión de delitos graves como fraude, tráfico de drogas y delitos contra menores. Según informes de la cadena TF1, las autoridades consideran que la falta de moderación y la escasa cooperación de Telegram con las fuerzas del orden convierten a Dúrov en un cómplice indirecto de estos crímenes. No obstante, detrás de estas acusaciones se esconde un debate más profundo sobre la libertad en la era digital. Desde su creación, Telegram ha sido una plataforma que prioriza la encriptación y la privacidad de sus usuarios, resistiéndose a las demandas de gobiernos que buscan acceder a la información de los usuarios. Esta postura, mientras es alabada por defensores de la privacidad, ha generado fricciones con las autoridades de varios países, que ven en Telegram una amenaza para la seguridad nacional y el orden público. La detención de Dúrov ha provocado una fuerte reacción en Rusia, donde diputados y senadores han exigido su liberación inmediata. Para muchos en Moscú, este arresto tiene un claro trasfondo político. Vladislav Davankov, vicepresidente de la Duma, ha instado al ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, a intervenir, argumentando que pocos han contribuido tanto al desarrollo de los servicios digitales...
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