Es la imagen que en modo alguno quiere ver Pedro Sánchez. Y, por supuesto, mucho menos que la misma se produzca. Pero en Moncloa hay nervios y desesperación suprema ante la que se avecina de cara al 8 de agosto de 2024, fecha en la que, si se mantienen los plazos, Salvador Illa (PSOE) será investido presidente de la Generalitat de Cataluña. Y es precisamente ese evento el que viene a maltraer al sanchismo porque se tiene el firme convencimiento de que esa es la jornada marcada en rojo en el calendario de Carles Puigdemont para hacer su aparición en España. Esa irrupción de nuevo en nuestras fronteras no va a ser, precisamente, discreta. El prófugo expresidente catalán y líder de Juntos por Cataluña tiene claro que se trata de hacer el mayor ruido posible y no es descartable que se presenten en el Parlamento autonómico para conseguir la foto que más alergia y problemas le causaría a Pedro Sánchez, la de la detención de Puigdemont a ojos de toda la parafernalia mediática. La cuestión que preocupa a Moncloa, evidentemente, no es tanto la vuelta del exdirigente catalán, sino que lo haga ese día y elija el pleno de investidura de Illa para darle más simbolismo al asunto. Sánchez es plenamente consciente de que Puigdemont, igual que se marchó fugado en un maletero, puede aparecer en cualquier momento porque hay miles de acólitos y enardecidos seguidores que no van a vacilar a la hora de escoltarle y de protegerle para que pueda lograr sus objetivos. Y la situación se vuelve aún más kafkiana cuando ni tan siquiera el Centro Nacional de Inteligencia, el CNI, tiene constancia de sus pasos. Básicamente, los agentes vienen a reconocer que ahora mismo Puigdemont se ha convertido en un político incontrolable y no albergan la...
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