Una fría mañana de 1924, las puertas del Neues Museum en Berlín se abrieron al público con gran expectación. En el centro del patio principal, bajo la luz tenue que resaltaba cada detalle, el mundo conoció el rostro de una mujer que, aunque había vivido más de tres milenios atrás, parecía tan presente como el instante mismo. Ahí estaba, imponente, la reina Nefertiti: su mandíbula definida, sus pómulos altos, su cuello elegante como un poema visual y esos ojos cautivadores delineados con kohl que parecían sostener secretos insondables. Desde ese momento, su imagen se fijó como un icono de la belleza y el poder, trascendiendo tiempo y geografía. El busto, una obra maestra de piedra caliza y estuco hallada por arqueólogos alemanes en Egipto en 1912, no solo representaba a una reina. Representaba una fascinación, una idea, quizás incluso un anhelo colectivo. El nombre de Nefertiti, “la bella ha llegado”, se convirtió en una profecía autocumplida. Su presentación oficial desató una ola de admiración que alcanzó tanto a El Cairo como a Londres, y que moldearía la moda, las artes y los estándares estéticos durante un siglo. La reina y la moda Desde el primer instante, Nefertiti dejó una huella imborrable. Diseñadores como Paul Poiret adoptaron motivos egipcios en sus creaciones, mientras que sombrereros como Lilly Daché idearon tocados inspirados en su inconfundible corona plana con banda dorada y uraeus. Décadas después, Christian Dior y John Galliano revisitaron su estilo, mientras marcas de maquillaje contemporáneas lanzaban productos que prometían capturar algo de su aura. La influencia de la reina era tan tangible que incluso los salones de belleza estadounidenses colocaban réplicas de su busto para evocar el glamour «exótico» que prometía. La fascinación no se detuvo ahí. Desde los años 60, Vogue exploraba la obsesión por Nefertiti, y las celebridades...
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