Supongo que alguna vez les ha llamado la atención lo tierno que se pone el centroderecha español y en particular el bizcochable Partido Popular, cada vez que alguno de izquierdas, político o periodista, suelta algo en favor de España, la unidad de la Patria o el sentido común. Lo de la búsqueda del Santo Grial, el cáliz utilizado por Cristo en la Ultima Cena, es una coña al lado de la obsesión con la que dirigentes del PP y periodistas afines intentan desde hace décadas encontrar al ‘PSOE Bueno’. Sin esa manía, unida al anhelo de pescar votantes en el centro, sería imposible entender que Feijóo se prestase a hacer de telonero en el Congreso de los comegambas de UGT, que Gamarra alabara como una ‘groupie’ a Kamala, cuando las casas de apuestas estadounidenses ya daban vencedor por KO a Trump o que Borja Semper se declare incapaz de decidir si prefiere a Sánchez o a Abascal. En la séptima planta de Genova 13, donde tiene su despacho Feijóo, abundan lo expertos abducidos por la fantasía de que dentro del PSOE hay un nutrido contingente de españoles moderados y sensatos, que premiarán su tibieza y su apuesta por el consenso. Son los promotores de la tesis de que se puede llegar al poder sin hacer oposición. Y no aprenden. Cada vez que la Coalición Frankenstein presenta en el Congreso una ley disparatada, confían en que algún diputado de la bancada socialista vote no. Cada vez que Sánchez y su cuadrilla de maleantes anuncia una claudicación ante el separatismo o un apaño con los proetarras, esperan la rebelión de Page o de algún presidente autonómico de su cuerda. Y los sabelotodos saturan las tertulias con alusiones a las ‘líneas rojas’ y el vaticinio de que los socialistas de a pie, habitantes de...
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