Antes, durante y después del Siglo de Oro, los escultores españoles recurrieron al color al servicio del catolicismo, para impresionar a los fieles y aumentar su devoción. Fue un despliegue excepcional aún no valorado en su gran calidad y cantidad acompañando la consolidación del imperio en el que nunca se ponía el sol. Un realismo sobrecogedor para captar especialmente en toda su crudeza la Pasión de Cristo. Tiempos aquellos de máximo poder terrenal consagrado al poder divino. “Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro” impresiona. Se trata de una exposición a mayor gloria de la escultura policromada barroca española y su diálogo con la pintura. Lo hace mediante una espectacular escenografía que acoge casi un centenar de esculturas de los maestros de entonces junto a pinturas y grabados que, como en un juego de espejos, las emulan o reproducen, todo ello completado con piezas clásicas que dan testimonio de la importancia del color en la escultura desde la Antigüedad. Nadie mejor que Manuel Arias Martínez, director del departamento de escultura del museo para reivindicar la importancia de la escultura policromada en el conjunto del arte español con obras de Gaspar Becerra, Alonso Berruguete, Gregorio Fernández, Damián Forment, Juan de Juni, Francisco Salzillo, Juan Martínez Montañés o Luisa Roldán, y la presentación de obras recientemente adquiridas: Buen y Mal ladrón de Alonso Berruguete, San Juan Bautista de Juan de Mesa, y José de Arimatea y Nicodemo, pertenecientes a un Descendimiento castellano bajomedieval. Desde el mundo grecolatino, la representación escultórica se entendió como una necesidad irrenunciable. La divinidad se hacía presente a través de su imagen corpórea. La muestra se centra en la escultura policromada que inundó iglesias y conventos en el siglo XVII, subrayando prédicas y devociones con imágenes de un realismo conmovedor. El color contribuyó de...
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