La venta en las calles del centro de Quito, de un látigo, también llamado cabestro, destinado a disciplinar a niños malcriados o que no hacen los deberes, ha causado en Ecuador una enorme controversia entre padres y autoridades. Es tan salvaje y cruel la ‘idea‘ que subyace tras el instrumento de castigo, que organizaciones de defensa a menores han logrado prohibir su comercialización. La educación y los castigos corporales han estado históricamente entrelazados en muchas culturas, siendo una práctica común en los entornos escolares, familiares y hasta religiosos. Antigüedad: En las primeras civilizaciones, como en el antiguo Egipto, Grecia y Roma, el castigo corporal era una forma aceptada de disciplinar a los niños y estudiantes. La educación era vista como un proceso estricto, y se creía que la disciplina severa formaba el carácter. En la Grecia antigua, tanto en la educación espartana como ateniense, los castigos físicos eran comunes, ya que el objetivo principal era formar ciudadanos disciplinados. Filósofos como Platón y Aristóteles no condenaban estas prácticas, pues las consideraban útiles para el desarrollo moral. En la Roma imperial, la idea de que la disciplina severa formaba ciudadanos obedientes se mantuvo, y los castigos físicos eran una parte central de la enseñanza de la época. Edad Media y Renacimiento: Durante la Edad Media, las escuelas monásticas y religiosas implementaron castigos corporales con frecuencia. El control de los cuerpos era visto como una forma de castigar el pecado y corregir el comportamiento rebelde. Los maestros podían usar varas o látigos. En el Renacimiento, aunque hubo un resurgimiento del pensamiento humanista y se comenzó a valorar la educación basada en la razón, la práctica de castigos físicos no disminuyó de manera significativa. Época Moderna: En los siglos XVII y XVIII, el castigo corporal seguía siendo una herramienta común en las escuelas europeas...
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