Un rey con muchas aristas. Aunque no siempre está a la vista, en las colecciones permanentes del Museo Nacional de Historia Estadounidense del Smithsonian en Washington, habita un monje. Dada la oportunidad, el monje camina trazando un trapezoide, mientras se golpea el pecho con el brazo derecho, y levanta y baja una pequeña cruz de madera y un rosario que lleva en la mano izquierda. Su cabeza gira y asiente, sus ojos se mueven y, silenciosamente, pronuncia oraciones. De vez en cuando, se lleva la cruz a los labios y la besa. Le llaman «el autómata de un monje», se sabe que fue hecho en el siglo XVI y que llegó a la capital de EE.UU. desde Ginebra en 1977. Se sabe también que está hecho de madera y hierro, que tiene rastros de esmalte de distintos colores, que mide 40,64 cm x 12,7 cm x 15,24 cm y que se mueve -todavía, después de más de 4 siglos- impulsado por un mecanismo de reloj de cuerda que está escondido en su cuerpo. Lo que no se sabe con seguridad es su historia, y eso deja un espacio abierto para algo que lo diferencia de otros autómatas, según recoge el autor original de este artículo Dalia Ventura en BBC. Aunque no es el primero ni el único aparato con la capacidad de moverse solo de épocas en las que nos sorprende que existieran, el monje se distingue por estar asociado a una deliciosa leyenda. En 1562, Carlos de Austria y príncipe de Asturias, el hijo del rey Felipe II de España y y su primera esposa, la infanta María Manuela de Portugal, estaba en los alojamientos reales y al bajar unas escaleras, tropezó, cayó y se golpeó la cabeza contra una puerta Al principio no parecía que fuera grave, pues...
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